Gabriel Ibarra
La crisis alimentaria que se venía gestando hace ya algunos años amenaza con tener efectos globales devastadores gracias a los recientes acontecimientos ocurridos entre Ucrania y Rusia.
El hambre se ha convertido en una infame arma de guerra y de hecho Putin ha manifestado que sólo estaría dispuesto a facilitar las exportaciones de granos y fertilizantes si se levantan las sanciones contra su país.
La crisis fue el tema central de la reunión anual del Foro Económico Mundial (WEF por sus siglas en inglés) en la ciudad de Davos y del Informe Mundial elaborado por la Red Global contra las Crisis Alimentaria (Gnafc por sus siglas en inglés), en colaboración con más de 17 organizaciones internacionales, entre las que se pueden mencionar a Unicef, la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios y la Unión Europea.
En ámbito del foro de Davos se llevó a cabo el panel “Adverting a Global Food Crisis”, en el que Le Mihn Kai, viceprimer ministro de Vietnam, advirtió que estamos ante la que puede ser la peor crisis alimentaria en décadas, impulsada por los efectos combinados del covid-19, el cambio climático y conflictos como la guerra en Ucrania.
Por su parte, en el informe de la Gnafc se analizó la información que proporcionaron más de 30 países de todo el mundo. El documento destacó las causas que generan las crisis alimentarias y propuso la coordinación entre los países como uno de los pilares en los que se debe fundamentar la búsqueda de las posibles soluciones.
Destacó también que los cierres de fronteras, los conflictos armados, la inseguridad, las condiciones climáticas y las interrupciones en la cadena de suministro, relacionadas con la pandemia, interrumpieron los flujos comerciales lo que generó un escenario de escasez y alza de precios.
Bien lo advirtió el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres: “Nos enfrentamos al hambre en una escala sin precedentes, los precios de los alimentos nunca han sido más altos y millones de vidas y medios de subsistencia están en juego”.
Por supuesto Colombia no está aislada de la amenaza y la pregunta natural es si estamos preparados para hacerle frente.
Entendidos en la materia, como Indalecio Dangond, han señalado que aquí se importa más de 80% de la harina de trigo para producir 100% del pan y 80% del maíz que se consume en el país para producir los huevos, la carne de pollo y la carne de cerdo que consumen 50 millones de colombianos, lo que refleja de manera elocuente la inminencia de la crisis si no se adoptan con urgencia las medidas tendientes a conjurarla.
Plantea Dangond la necesidad de importar semillas y biotecnología y fomentar el cultivo de trigo y maíz en lugar de promover la siembra de alimentos como la lechuga en Cundinamarca, Nariño y Boyacá.
Ello nos permitiría aumentar la producción nacional de estos granos que son de vital importancia para disminuir la dependencia de otros países y abaratar el costo de alimentos como el huevo, la carne de pollo y el cerdo.
Es un hecho que la crisis alimentaria, junto con la coyuntura geopolítica que impera en el mundo, ha llevado a que los países vuelvan a concentrarse en los intereses regionales, lo que implica que están buscado disminuir su dependencia de las importaciones.
Este entorno indica la necesidad de que Colombia comience a pensar en privilegiar, dar la prioridad y brindar la protección especial, que el artículo 65 de la Carta le otorga, a la producción de alimentos lo que supone, sin duda, la necesidad de diseñar y adoptar sin demora una política de Estado que le confiera a la autosuficiencia alimentaria la verdadera importancia estratégica que ella merece.