Por estos días la noticia en el mundo de las relaciones comerciales internacionales es, sin lugar a duda, la cumbre de La Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) llevada a cabo en Tianjin, la más importante de su historia, con la presencia de Xi Jinping, Vladimir Putin y Narendra Modi.
Fundado en 2001, el foro busca posicionarse como alternativa para hacer contrapeso a occidente, y especialmente a los aranceles unilaterales aplicados por los Estados Unidos y establece, de manera genérica, obligaciones relativas a asuntos de política, energía y financiación.
Sin embargo, aún no se conoce cuáles son los compromisos específicos que los países deberán suscribir en esas materias.
La OCS está formada por China, India, Rusia, Pakistán, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Uzbekistán, Irán y Bielorrusia. Afganistán y Mongolia son observadores, y Turquía y Sri Lanka actúan como socios de diálogo. Ningún país latinoamericano es miembro, aunque Cuba ha mostrado interés.
El discurso oficial sostiene que estos compromisos no implican ceder soberanía, lo que resulta, de entrada, cuestionable por cuanto cualquier acuerdo internacional limita en cierto grado la soberanía nacional.
La organización ha despertado interés en América Latina por sus proyectos, en las áreas ya mencionadas, a saber; financiamiento, energía y nuevas cadenas de suministro impulsadas por China.
Ante las políticas arancelarias de los Estados Unidos algunos países pueden sentirse inclinados a conformar nuevos bloques e ignorar la OCS podría llevar al temor o sensación de estarse perdiendo algo, de quedarse al margen de un espacio de creciente influencia.
Pero acercarse a esa organización sin que exista claridad sobre sus compromisos y sin ponderar bien los costos y beneficios, podría significar nuevos riesgos de dependencia y tensiones geopolíticas complejos de gestionar.
Actualmente, para los países emergentes resulta difícil escapar a la influencia geopolítica de los grandes actores. Al final, deberán elegir entre depender de Estados Unidos o de otras potencias como China, Rusia, India o Irán. La cuestión es si lograrán evitar estas influencias políticas, o simplemente cambiarán de esfera de poder.
Además, Entrar a este foro puede llevar a una encrucijada si no se comparte la postura de los países líderes. Por ejemplo, cuando Australia pidió investigar a China por el covid-19, China adoptó represalias y prohibió las importaciones de carne australiana, lo que indica que, si un país expresa desacuerdo con las posturas de los estados dominantes, podría correr el riesgo de ser objeto de sanciones comerciales.
Por consiguiente, no existe ninguna garantía de que los protagonistas de la OCS no condicionen, a sus intereses políticos, los flujos comerciales.
De hecho, China sigue siendo una economía de no mercado y, desde su entrada a la OMC, ha sido sancionada permanentemente por prácticas estatales que distorsionan la competencia.
De ahí que pertenecer a la OCS, podría conllevar el riesgo agudizar la competencia desigual de China, sin que ello garantice que los productos de los estados aspirantes logren un acceso significativo a ese mercado.
Finalmente, existen cuestionamientos éticos y políticos sobre el bloque debido a las sanciones por violaciones de derechos humanos a China y Rusia.
Así que antes de entusiasmarse, con el ingreso a la OCS, es aconsejable que los países ponderen muy bien los riesgos y costos de esa decisión y verifiquen, de manera rigurosa, que el remedio no vaya a ser peor que la enfermedad.